por Alejandro Saravia
Una parte de la inmigración latinoamericana en el exterior, aquella que sigue de cerca los procesos de cambio como el boliviano, querrá ver en la victoria de Evo Morales (al igual que una buena parte de los medios de comunicación canadienses), por encima de todo, un viraje hacia la izquierda.
Esto porque una victoria del Movimiento al Socialismo, cuando se mira a Bolivia con los ojos del exilio – ya sea político, económico, cultural o sexual-, representa una victoria sobre los fantasmas del pasado; rompe en algo la distancia que nos separa. En Montreal, Madrid o Munich al final, una victoria socialista sabe tanto a buen mondongo colombiano, como a locro argentino; se la saborea como si fuera un buen anticucho peruano o un apetitoso thimpu boliviano.
Para los medios canadienses, colocarle a Evo Morales la etiqueta de "gobierno de izquierda" es a la vez un simplismo y una necesidad práctica. Así las redes de televisión como CTV, Global o TQS no tienen que pagar para que se investigue y explique a la población canadiense que la victoria del MAS es sobre todo el resultado de un proceso anticolonial y no solamente una victoria de la izquierda. Y está más verde que hoja de coca que los medios de comunicación canadienses hagan un esfuerzo coherente para explicar que la coca no es cocaína, que lo que Estados Unidos pretende erradicar con la prepotencia de su plan "Dignidad", avalado por la Oficina de Drogas y Crimen de Naciones Unidas, es un potente símbolo de identidad cultural de la población indígena, mayoritaria en Bolivia. Mientras Francia felicita al ganador de las elecciones bolivianas y Chirac recibe en París a Evo Morales, la prensa canadiense tampoco le ha pedido a Ottawa que explique ese sospechoso silencio frente a un nuevo gobierno boliviano democráticamente elegido.
La victoria de Evo Morales no es un triunfo de los documentos socialistas o de la ortodoxia tradicional de la izquierda boliviana. El antecedente de esta formación política, el Partido Socialista 1, fundado por Marcelo Quiroga Santa Cruz logró, en su mejor momento, alrededor de 100,000 votos en las elecciones de 1980. El esfuerzo fue noble, pero los votos fueron insuficientes. Esto dejó el campo abierto, por décadas, a esa pretendida izquierda llamada MIR, tan servil como saqueadora. El Estado bolivano cayó en las manos los magos del 21060 y la doble contabilidad como el MNR, en partidos obsecuentes con Washington, como la cleptocracia banzerista de ADN, que ahora se llama Podemos y cuya sigla la sabiduría popular convirtió en los muros del país de "Podemos" en "Robemos".
El MAS se llamó en su origen Movimiento al Socialismo – Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos (MAS –IPSP). Esta organización surgió en el contexto del Primer Congreso Tierra y Territorio realizado en Santa Cruz en 1995 donde participaron la Central Sindical de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), la Central Sindical de Campesinos de Bolivia (CSCB), la Central Indígena del Oriente Boliviano (CIDOB), la Federación Nacional de Mujeres Campesinas de Bolivia – Bartolina Sisa (FNMCB-BS) y otras organizaciones. (Shirley Orozco publica una breve historia del MAS en la Revista Barataria, marzo 2005).
En 1825 las élites criollas, aprovechando la carne de cañon de zambos, mulatos, mestizos e indígenas expulsaron a España del Alto Perú y fundaron Bolivia. Pero por 180 años quedó indemne la estructura colonial, esta vez al servicio de las ciudades capitales y sus sectores de poder. Para la población indígena el cambio no fue mayor. El racismo se convirtió en política de Estado y ellos siguieron siendo mitayos, pongos y repetes. O mineritos de sombríos días de socavón y noches de tragedia, o albañiles, aparapitas e imillas cama adentro. Sus formas de autorepresentación cultural, incluyendo las lenguas indígenas, no fueron –ni son- valoradas por la cultura oficial. En el mejor de los casos, se dan procesos de apropiación cultural.
Ante los desafíos y el inmenso nivel de expectativas a los que tiene que responder el MAS, quizá la etiqueta de "izquierda" acabe sofocando esa enorme aspiración de la población boliviana de tener un Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos que sea inclusivo, pragmático y flexible. Quizá Evo Morales sea un espejismo como lo fue Lucio Gutiérrez en Ecuador. Quizá el MAS acabe devorado por la propia izquierda boliviana, o ese milenarismo indigenista que cree que todo fue pan y rosas cuando todos eran indígenas y no había mestizos o blancos (que también son bolivianos) y proponen que hay que volver al pasado. O quizá sea su propia desorganización la que acabe con el partido vencedor en las pasadas elecciones. Enemigos externos no faltan. Los primeros son los ayatollahs de mercado en la Casa Blanca. Está el Pentágono y sus militares que llevan a cabo campañas de propaganda negra y desinformación. Están contra Evo muchos de los medios de comunicación en Bolivia. Le siguen los lluncus made in Bolivia, esa parte del sector empresarial que junto a las llamadas elites conservadoras bolivianas, son serviles para afuera, prepotentes para adentro, y que ya no podrá repartirse los fondos del Estado ni repartirse embajadas, ministerios o cuotas de poder. Pero sea cual fuere el destino de esta elección que llevó al MAS al gobierno, quienes en el exterior ven con ojos solidarios lo que está ocurriendo en Bolivia, harán bien en explicar que cuando la mayoría indígena llega, organizada en sindicatos, a ganar democráticamente las instituciones de administración del Estado, esto significa, con todos sus bemoles, una victoria anticolonial. Y de paso obliga a quienes usan gafas de izquierda para mirar a Bolivia no a renunciar a éstas sino a reinventarlas.
15.2.06
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