2.12.06

Los terratenientes de Bolivia

por Alejandro Saravia

¿Cómo explicar el hecho de poseer tierras, grandes, inmensas extensiones de tierra en un país como Bolivia? En su orígen colonial, la posesión individual de la tierra aparece como regia dádiva. Un rey español, truculento, ambicioso en su concepción del Virreinato del Alto Perú, decreta y firma órdenes reales entregando tierras del tamaño de países enteros, incluyendo a sus pobladores, a sus adelantados de biblia y espada, a ese círculo de peninsulares negados por la fortuna en su propia tierra, de aventureros, de violentos jayanes con ínfulas de grandeza cortesana.
Derrotados los españoles en Ayacucho en 1824, se funda un año después un república boliviana que no altera la forma de propiedad de la tierra. Ahora son los criollos que, pavoneando apellidos y remotas herencias peninsulares, se apropian del control del Estado, decidiendo que en un país mayoritariamente indígena, solamente podrán votar aquellos hombres, y sólo hombres, que sean “notables”, es decir comerciantes, dueños de minas, de latifundios y que además, sepan leer y escribir el castellano, en un país plurilingue. De golpe, un minúsculo grupo de oligarcas se queda con el control de Bolivia y la administra con el celo saqueador que encarnan tan bien los Patiño. Desvirtuada la Revolución de 1952, entran en escena los rapaces de la especie de Sanchez de Losada. Las dictaduras militares aún antes de Bánzer, pero más con Banzer, supieron comprar silencios y complicidades con la entrega de tierras a sus acólitos. Existen en el oriente boliviano jocundos latifundistas que deben cama, fama y fortuna a tierras ganadas con el atropello, el exilio y la muerte de los años dictatoriales. Existen en Bolivia grupos económicos en el oriente del país que por décadas se amamantaron groseramente de lo que los mineros, léase indígenas aymaras y quechuas, ponían en pulmones en los socavones de Llallagua y Siglo XX. Hubo bancos que fueron saqueados por esos empresarios agroindustriales, que más que empresarios fueron sanguijuelas del Tesoro Nacional. Parásitos que pudieron bonitamente salir de la incomodidad de tener que devolver a los bancos estatales el dinero prestado gracias a los pases de prestidigitador con el que los Mauros Berteros del país traspasaron deudas de los terratenientes y otros vivillos de buen apellido al Estado boliviano. Y ahora esas “elites” bolivianas son las que se disfrazan de heróicas y demócratas. Salen a las calles para oponerse a que tierras que le pertenecen al Estado, vuelvan al Estado y más que al Estado, a los pueblos indígenas. Ahora salen a las calles de Santa Cruz esas juventudes de borricos neofacistas a golpear a los que defienden la Reforma Agraria. Esas hordas de bárbaros monolingues que, refugiados en su pequeña charca de referentes culturales, no pueden entender lo que el indígena bilingüe o trilingue sabe: que el país no puede seguir viviendo bajo un regimen colonial interno, que no se puede seguir aceptando que exista una forma de esclavitud en algunos latifundios del sur de Bolivia. Las ranas importantes del MNR, los traficantes de conciencias y otros polvos del MIR, los nostálgicos de la “paz, orden y trabajo” de ADN, que ahora, en un travesti político, se han convertido en PODEMOS, en esa cofradía de reaccionarios, o ciegos sociales en el mejor de los casos, son los que proponen que siga como si nada la corrupción de la democracia que el país vivió desde 1982. Allá ellos, las gentes “bien nice” de Bolivia, las gentes que se piensan de sangre azul en un país de indios, las gentes que por haber estudiado en el extranjero menosprecian las formas de organización y liderazgo del mundo indígena boliviano. Allá los inteligentes Chicago boys que han sembrado tanta miseria desde el Ministerio de Finanzas. Esa oligarquía boliviana que pasean sus firuletes de nuevo rico por los aeropuertos del mundo, esos terratenientes de tierras mal ganadas son los sectores que, al combatir la Reforma Agraria y las tareas de la Asamblea Constituyente, se niegan a entender que Bolivia es un país de mayoría indígena empobrecida por décadas de saqueo neoliberal y que ya es hora de encontrar una nueva forma de convivir, sin paternalismos culturales, ni económicos ni políticos.

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